CUERPOS

Erbo encendió la luz y la piscina se iluminó mostrando dos docenas de cuerpos. No era una gran cantidad ya que Erbo nunca había tenido dinero para muchos lujos. Pero dos docenas de cuerpos tampoco estaba tan mal; otros solo podían disponer del cuerpo dotado. Los cuerpos colgaban flácidos como si fueran trajes en un armario, esperando ser animados. Revisó la colección sin tener una idea clara de lo que buscaba. Desechó los dos cuerpos de mujer que le obligarían a una reprogramación mental que le daba una enorme pereza. Seleccionó cinco, el cuerpo ancho, el alto y delgado, el muy musculado, el bajito y el gordito. Tras revisarlos someramente, eligió el gordito.

Hacía tres semanas que había despertado de la hibernación y el proceso de adaptación a la nueva época podía considerarse terminado. De modo que había llegado el momento de las relaciones sociales. Un creciente apetito sexual le impulsaba a no demorar más la búsqueda de compañera. Esta noche acudiría a una gran fiesta organizada por la Inteligencia Difusa, que aseguraba un porcentaje de éxito cercano al cien por cien.

Dentro de la cámara doméstica de transplantes, pensó en el cuerpo gordito en el que se estaba encarnando. Le gustaba. Una simpática cinta sebácea caía por encima del cinturón dándole un aspecto bonachón. La moda de los cuerpos había pasado por varias fases, alguna desastrosa, hasta que la Inteligencia Difusa se puso en marcha. En un principio todos querían los cuerpos que respondían al antiguo patrón: musculosos, proporcionados, grandes. Llegó el momento en el que todos eran iguales; un aburrimiento. Después, los. viejos prejuicios desaparecieron y todos los cuerpos volvieron a ser valorados. Para buscar la mejor distribución, la Inteligencia Difusa se encargaba de que la proporción de cuerpos en los distintos acontecimientos fuera variada. Y así todos contentos.

Mientras iba en el transporte público se preguntó si no habría sido mejor usar el cuerpo dotado, el genético, aquel con el que nació.

No estaba tan mal, no podía quejarse, la naturaleza había sido benévola con él. Pero en el proceso de adaptación desde el despertar de la hibernación habían surgido algunos problemas y tenía la cara llena de granos. Sin embargo, al acercarse a la sala de fiestas se dio cuenta con horror de lo acertado que hubiera sido encarnarse en el cuerpo dotado a pesar de todos los granos.

A los pocos pasos vio un individuo con un cuerpo gordito como el suyo. Podría ser casualidad, una cierta proporción de gorditos era inevitable e incluso deseable. Pero, cuando un poco más allá vio a tres chicas afro y luego a otro gordito, se percató del desastre. La Inteligencia Difusa, encargada de guiar el comportamiento de las masas, acababa de sufrir una actualización hacía unos días. La televisión insistía en llamarla Minerva, pero todos seguían usando el antiguo término de la versión beta: Inteligencia Difusa. Era obvio que la actualización de la Inteligencia Difusa había tenido algún problema.

Erbo contempló a las masas de chicos gorditos y chicas afro dirigirse a la sala de fiestas. Frustrado y resignado, entró en la sala, indistinguible entre miles de gorditos, dispuesto a pasar la noche en la fiesta más aburrida de la época.

LA VISIÓN

El verbo se hizo carne, cuenta la mitología cristiana. Es esta creencia abundante en referencias a la encarnación. A los acólitos de la época hubo que explicarles que la resurrección era en cuerpo y alma para que quedaran satisfechos. Amamos y despreciamos nuestro cuerpo. Es fuente de satisfacción y de dolor. Pero lo tildamos de bajo, animal, contraponiéndolo a la mente, superior, humana. Sin embargo, el cerebro es cuerpo, la mente es cuerpo.

Antonio de Orbe Mendiola
Director del Foro del Futuro Próximo

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